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Bar Renato
Marcelo Arancibia
Pipeño en caña mortal y el corte a medio pato
Y las llamas del frutillar en vino ácido en las masacres
De las mesas sobre el gran espejo al fondo de la estantería
Y botellas de mosto negro estrujado sobre manteles
La morenaza que sube la escalera en portaligas de alas
Con escupidera de espuma y empanadas de ají enronchado
Salud don Feña
Salud don Riffo
Salud don Oñat
A las ocho en el Renato.
Marcelo Arancibia
Pipeño en caña mortal y el corte a medio pato
Y las llamas del frutillar en vino ácido en las masacres
De las mesas sobre el gran espejo al fondo de la estantería
Y botellas de mosto negro estrujado sobre manteles
La morenaza que sube la escalera en portaligas de alas
Con escupidera de espuma y empanadas de ají enronchado
Salud don Feña
Salud don Riffo
Salud don Oñat
A las ocho en el Renato.
1 comentario:
"La muerte huele a humo, a madera quemada, a cimientos rotos, a recuerdos achurruscados.
De vez en cuando volvía a visitar sus paisajes. Pasé horas memorables en la quietud antañona de sus espacios. Bebí. Lloré. Fui feliz y también maldije.
Evoco tardes tranquilas en su regazo, cuando solo importaba adivinar el viento a través del cristal de las ventanas.
Últimamente, nos juntábamos los días viernes. Ya era una costumbre y todos lo habían notado.
Renato fue un buen amigo. Asimismo, su gente más cercana. Lamentablemente, como suele suceder muchas veces, la muerte lo pilló por sorpresa. Nadie pudo predecirla.
Es cierto: estaba viejo y nos falló el oráculo. Pero se veía saludable.
Por derecho propio me había ganado una mesa que quedaba junto a uno de sus grandes ventanales. Ahí escribí poemas, dibujé, garabateé ciertas narraciones, siempre inconclusas; conversé con gente que nunca antes había visto y hasta seduje con un encanto prestado a ciertos fantasmas.
A pesar de los años, puedo recordar como si fuera hoy la emoción que sentí cuando por primera vez tuve el agrado de conocerlo, hace ya tantos años. Es que Renato era sencillo, afable, digno.
Ese mismo día pude respirar su oxígeno cargado de magia, sueños y nostalgias.
Es cierto que nos faltó tiempo para seguir anudando esperanzas como nubes blancas en algún jardín secreto. Pero nunca es tarde.
Renato no murió en vano. Tal vez lo hizo con su qué, para provocarnos aquella catarsis exquisita que tiene el poder de desempañar el alma y devolver la vida a las pupilas. Ya se sabe: el pulso, el tacto.
Yo quiero creer que él no ha muerto, que nadie ha muerto, que nada ha muerto.
Wacquez nos diría que somos hijos del "exceso". Es posible, pero sin Irene. No puede fallar la intuición ahora. Eso sería nefasto.
Al fin y al cabo, el letrero quedó intacto: "BAR RENATO RESTAURANT (comidas tradicionales / Rodríguez 473 / Fono: 594922).", aunque nosotros ignoremos cómo saciar esta sed maldita que nos hunde en un pantano.".
F.Y
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