
Moby Dy
Marcelo Arancibia
Moby Dy -la ballena blanca con pequitas- bajó rubia y oxigenada desde la horrorosa ola de gris impajaritable, penetró muy prisca, tonta lesa y aparatosa en Paraíso, ciudad cadáver, con pasos ligeros y natatorios; pertinaces gualetas que le giraban en los bordes de las caderas. Pintarrajeada a cara llena de mejunjes y de coquetones rulitos blancos en la mollera. Un par de punzoñosos melones con sus pitutos en cada uno de los pezones duritos con un leve perfume a rosa metálica saliéndosele a borbotones por debajo de las aletas tetonas de la enagua, escamosa como un pez, la cetácea hembra casi machito, mendiga en las altas mareas- esferas sociales- en busca de sardinas calientes, cuando buscaba con desesperación clientes entre los lanchones de la playa de estacionamiento. Si los miraba embrujándolos con sus ojos pequeñines y adormilados y los yeyitos que arrastraban apenas las patas caían redonditos, burlados, cuando la mina lésbica les bailaba un can-can, les mostraba su concha peluda, se los echaba encima, ahogándolos, dándoles de coletazos, como si fuera una saltarina renacuaja, se iba derechita al fondo de sus faltriqueras y les sacaba cientos y miles de billetes verdes por unas horas de sexo pervertido. Ahorro decía ella, en cajones, también bajo el colchón, entre cortas y meadas interruptas de los viejos cochinos, en las bacinicas enlosadas, con la amarilla orina crema y una sarta de pirugüines, sapos y culebras y ella pasoza a bacalao, y ellos a mentolado aliento de pastillitas, después del ajo que sudaban por los poros y entre cosméticos de barro, Mobi Dy la supina, se hacía colorear su hocico grandilocuente, depilar su barba incipiente, las ancas arrugaditas que ahora le lucían como bollos empolvados, cuando trasero en mano les tiraba sus buenos punes en la cara a los viejujos. Si no paraba la mina submarina, cuando sacaba su cabeza entre las olas y dejaba la hediondez difuminándose, apenas respirable y lanzaba esos chorritos místicos de pedorrillas sobre las nubes perfumadas y se revolcaba hecha una sirena homérica entre las sábanas y se perdía coqueteando como una puta mamífera y barata en los mares dantescos, en las corrientes del maraqueo, del meditelorráneo, la cochinona barata, entre la fritanga ambulante que entraba por la ventana del motelucho "La Piraña Benbow" mientras se lanzaba sus buenos piqueros sobre el aceite recaliente y salía como disparada, agarraba vuelo sobre las rocas filudas altísimas del ropero y caía cual saco de papas, con la cola en llamas entre las piernas y les torcía las callampinas negras, los picorocos flaccidos a los viejujos calentones que la confundían y por el atajo, por el camino viejo le echaban sus buenos goterones, sus polvos talcos entre telasdearañas y la negra rubia cuneiforme, caminaba en puntitas de pies, arrastrando a los minos vetustos, con su rabo machito metido entre las piernas, cuando seguía y coqueteaba a los tiernos jureles, a los colorados congrios llenos de baratijas, y le arrancaba a las reinetas jugosas -putas viejonas- que la querían puro alejar porque la otra les peloteaba la clientela, y cuando los agarraba se los engullía sin asco, si son puras sardinitas, decía ella, mientras mostraba su gigantesca lengua de cartón piedra entre sus labios de piure apelotonado, y apretujada en vendas se hinchaba las carnes, ese armatoste lleno de hormonas, enroscándose su pene en una chuchita tierna, se entelemplasticaba los huevos peludos, lanzándole salmos para que se achicaran y fuera así no más, una zorrita apócrifa, amarrándose las de su madre y con los porosos dientes hasta hacerse nudos ciegos, mientras que por su paladar de estalactita, ampollas como lucecitas de colores, iban cayendo los huérfanos amante entre sus comisuras, mordidos por los pequeños colmillos ultravioletas de la ballena inflable que se soñaba -algún día-barriguita al sol llenas de arpones, porque luego de roerlos y calentarlos, esos clientes de ocasión, al saberla juguetona como pelota de goma, le pellizcaban la piel de plástico de su trasero y le lengüeteaban todo el barro podrido y la arena de pozo de su chorita mariscadora. Porque le gustaba ser bocado gelatinoso, mientras filtraba por las barbas todo el yodo prepucial de sus víctimas, cuando nadaba la guatona cetácea por entre las olas de las sábanas llenas de pescaditos estampados y pulpos mañoseadores, los peces espadas que la volvían loquita, aunque prefería a los peces martillos que la machucaban y la mansa torita metida en la tina, en el jacuzzi salpicaba a medio mundo, cuando sacudía y se secaba toda cocoroca las presas mastodonte.Luego que se desprendía de ataduras, sacándose su enorme corpiño a espinel elasticado y lo ponía a los pies de la cama y eran cadenas montañosas, que se le venían encima a los clientes escaladores, moviéndose, terremoteando con sus tetas sandías y la mansa guatita que se le desparramaba por la cama, cuando le colgaban las charchetas blancas, transparentes con venitas azules de puro mar acumulado dentro de ella, si eran océanos de agua que tragaban y la hacían transpirar por entre las axilas con pelos, un líquido salado, y desnuda se miraba pretenciosa de reojo en el espejo redondo del ropero, palpándose con la yema de sus dedos ganchudos las bolsitas bajo los ojos hueveados.O como cuando se inició en sus andanzas, y comenzó a sifonear tranquilamente, lanzar el chorro rococó entre el cardumen de los transeúntes escualos y por allí merodear entre noches cabronas, morder alguna carnada fresca y buscar aguas más termales, porque era friolenta metidas entre los icebereg y cochayuyos en mano, se azotaba ella misma los cachetitos con sangre y se pegaba sus buenos númeritos y hundía los somieres, las canchas elásticas, las camas de aguas, en donde era una verdadera ester williams- decían los viejujos, que le agarraban la concha y se la escupían por bendita, y hasta dentro de ella se le metían los Jonases calentones, los melville y ella felizcota de la vida los sacaba a eructos, a regurgitaciones y los viejujos huevones rodaban piluchos, tirándoles besos como arpones los queecqueg, avispones verdes y los achab la descueraban a chuchada limpia cuando la blancucha les caía encima y los aplastaba como chicle, dejándolos como ismaeles naufrágos aferrados, flotando en las tapas de sus ataúdes camas...
!Miren la lesviatana¡
(De: Malos escritos)
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