Poemas Impublicables

domingo, 16 de agosto de 2009


ZoofiliaMarcelo Arancibia


Pulula es una lagarta coqueta que tiene los ojitos grandes y alargados como la luna que duerme a saltos en el estanque. Por eso es que cuando ella está algo temerosa y sensible, la dejo que se me suba hasta la crisma y ahí permanezca sana y salvo de los gatos y los gorriones, que a diario vienen hasta nuestro patio a arañar y picar la fruta madura que se desmorona en cascada de los árboles.

Es que cuando nadie la ve, liba el sabor dulce de las madréporas, porque no hace sino escuchar el más leve ruido de pasos o aleteos de gallinas para huir a esconderse debajo de mi cama, perfumada por los cardenales y abejorros verdes que ella guarda para mí en su garganta plateada y profunda como un cofre lleno de perlas y de telarañas.
Y es que algo así de chica buena, tiene Pulula -mi novia secreta- que aunque se ve un tanto feúcha con sus cejas cubierta de polen que asustan a medio mundo y saca de quicio a los moscardones negros que por allí merodean y andan a la siga de su cola larga y escamada, no sé cómo ni cuándo, es que comenzó a arrastrar una barriga gorda entre sus cuatro patas arrugadas y prehistóricas en señal de esperar algo, como una sorpresa inesperada que nos uniera por el resto de nuestros días.
Y más de algo – digo yo- porque la gente en el barrio ya anda anunciando que está preñada de un crío que es mío y debe ser hasta ahora-al menos- un puro renacuajo que nada por dentro de su pancita verde- muy forongo- que ella guarda y protege como un hueso de santo.
Es que cuando yo me case con ella- Dios mediante- la voy a poner dentro de una cajita de zapatos, para que nadie la vea y la simpleza de los curiosos no la traume, porque aunque es inquieta y silenciosa como el agua del pozo que baña a la luna, no tiene paciencia de santa , cuando la miran, y se la quedan mirando todas las veteranas del barrio, sin quitarles los ojos de encima como si fuera un bicho raro y entra a perderse entre las ramas y malezas, para guardar distancia, y esconderse bajo las piedras calientes y los terrones de barro.


Y debe ser verdad casi todo lo que la gente murmura y cree a pies juntillas, ya que el amor lo hemos hecho de veras y a escondidas, sin tomar los debidos recaudos, resultando que –para mi mala suerte- tía Blanca- que es como mi segunda madre- es un tanto incrédula y me regaña cada vez que puede, diciendo que por leso ahora me cargan ese cuento, que debió ser otro -uno de su especie- seguramente el de la gracia, por la incompatibilidad de genes y no sé cuánto, agrega entre enojada y sorprendida una sarta de cosas que a veces no comprendo bien. Entonces yo me armo de paciencia y le respondo de mala forma, que algo raro debió de haber ocurrido, porque en estos tiempos que vivimos, todo es posible y nada es tan extraño como le parece a ella.
Así ya lo tengo decidido que cuando me case con ella –Dios así lo quiera- no me importe lo que la gente chismosa diga acerca de lo nuestro; porque para ellos no es más una simple y vulgar lagartija, fea de enroscada cola y enfermizo semblante y yo un tonto de remate, que degenera animales, porque yo le digo a tía Blanca que la gente siempre hablará cosas de su pura ignorancia , no más, y que creerles todas esas patrañas, sólo ensucia y ennegrece el agua del pozo, razón de más para que la luna se inquiete y sufra como una lesa con de nuestra desdichas.
Pero ya han pasado unos cuantos y largos meses y ya estamos casados, con todas las de la ley, Pulula conmigo y yo con ella, hasta que la muerte nos separe. Así por lo menos lo ha dicho mi primo el cura, que también se involucró hasta el cuello en este asunto, y ella ya más anchita y arrastrando un crío que es apenas, un pequeño lagarto que en algo dicen que se me parece, aunque yo no estoy tan cierto, sobre todo por el color de sus ojos...
Vegetariana consumada, ahora me explico porque es tan verde por dentro y por fuera y su bichito que no le merma en pisadas tiene sus mismos hábitos y régimen, cuando se agarra de sus tetitas blancas con pintas de piel, como pequeños lunares enroscados y succiona al igual que yo, el chorrito de leche dulce que apenas puede tragar y que a veces es mucha y se nos cae a ambos y nos chorrea enteros, pegándosenos a la piel como esperma helada, mientras ella muy seria y silenciosa- casi intuitiva- entorna sus enormes párpados camuflados y allí se queda como dormilona y echada por varios horas y días hasta que despierta iluminada de repente, con una sonrisa tierna.
Pero ella, que envejece rápido y al doble-diría yo- y pasa bien zafada la cumbre de años - aunque no lo haya dicho con todas sus letras- igual creo que me ama, como yo a ella, que es al final lo que importa, cuando recuerdo como si fuera hoy, las veces en que se metía en mi cama y enroscaba su cola de palimsesto y con sus escamas vidriadas me enronchaba todo el cuerpo y así me la pasaba el invierno todo rasguñado.
Porque si de intimidades se trata, y en confesar la maldad hecha, minimiza en algo el pecado -la obtención del perdón del cielo- la verdad es que la primera vez que lo hicimos, fue ella la que se insinuó como una frívola, pues uno siempre es más bien tímido y un tanto quedado tratándose de estas cosas de sexo -sobre todo cuando hay riesgo- y ella un tanto más ardiente, que al final igual consumamos el pecado y sensible como estaba- con los nervios a puntos de desatarse- le vacié mis grumitos de cloro sobre su cuerpo frío, y ella esbozando una cara de pícara, con sus dos ojos amarillos, brillosos en celos, se me quedó mirando con el semblante de una lagarta enojona, como si esperara más de uno y el amor se tratara de algo más que eso, que es puro instinto...
Así transcurrido el tiempo -el mal que nadie detiene- con el paso de la equivalencia de sus años, se me comenzó envejecer de pronto, y así Pulula se me fue volviendo cada vez más arrugadita y desmemoriada, y creo que pronto se me muere- así por lo menos lo ha dicho el único veterinario del pueblo-, y de seguro me quedaré muy solo, viviendo al cuidado de Pancracio, nuestro crío, que ya es todo un reptil parado en dos patas como niño travieso; porque por allí me he enterado que viven poco las lagartas coquetas, después que han parido cosas extrañas bajo la luna, y más si uno las ha  amado tanto, y cuidado como zapatitos nuevos.
(De: Malosescritos)

No hay comentarios: